Walter Eidlitz


La India Misteriosa

Los cuatro grados de la meditación

El jazz y las campanas del Templo. La leyenda del lago Nainital. Sueño confortados. Rana, el discípulo principal de Sri. El silencio del Himalaya.- Primeros grados en la meditación.- Incomodidades físicas. Reglas para la prespiración. El poder del mantra. La meditación explicada.

Hace cerca de 200 años, cuando los asombrados ojos europeos contemplaron por vez primera el verde lago Nainital en el Himalaya, todas sus orillas estaban pobladas de fragante selva virgen. Los bosques se veían llenos de flores y de animales salvajes que erraban en grandes manadas y descendían hasta la orilla a beber, a los cuales no se expulsaría de allí fácilmente. Este pacífico territorio era sagrado. Según los hindúes, hasta la diosa de las serpientes había dado su palabra de que la mordedura de serpiente en aquellas orillas no causaría la muerte. Nunca vi una serpiente cerca del lago Nainital. Los animales salvajes también han sido arrojados fuera de aquellos parajes. Todo lo que allí queda son los pájaros de mil colores que se balancean en las ramas de los castaños, y los macacos que aún reinan sobre los abruptos peñascos de la parte del sur, y que a veces en sus juegos arrojan fragmentos de rocas al lago. En la espesa floresta de encinas y castaños los hombres han abierto claros, a golpes de hacha o de pico, y construido moradas campestres, desde el simple bungalow hasta la majestuosa residencia de los príncipes indios y los gobernantes ingleses. A lo largo de la orilla se ha formado un ancho camino de herradura y construido almacenes occidentales, escuelas y bancos, y un hipódromo. Cerca de las márgenes del lago, existe todavía el gracioso templo de la diosa Naini y debajo de su bóveda se reúnen los desnudos ascetas indios. Pero el templo se halla a la sombra de un compacto edificio de feo estilo europeo, el cual contiene un cinema y una gran pista de patinaje. La música de “jazz” del altavoz del cinema ahoga el sonido de las campanas del templo, las cuales penden de un andamiaje al lado del templo de la diosa Naini, y que a menudo los creyentes hacen tocar a vuelo. Todas las tardes me paseaba a lo largo de la orilla del lago acompañado de Sri Maharaja, el profesor y amigo paternal que he encontrado aquí en la India. - Los rishis sagrados vivieron en un tiempo en estos bosques y montañas - me contaba -. Los rishis son seres altamente espirituales, muy superiores al hombre. Ellos no tienen cuerpo mundano pero se dice que si quieren, pueden asumir la forma humana. Mil años ha, estos rishis, en forma humana, según dicen, se bañaban todos los años en las aguas del Ganges. Más tarde, cuando el oído interior del hombre fue cerrado, estos antiguos profesores de la humanidad treparon más arriba de las montañas, a las regiones de las nieves eternas.
- ¿Y dónde viven ahora? - pregunté.
- En las nevadas montañas, cerca del lago Manasarovar - contestó el anciano con una sonrisa.

El nombre del lago Manasarovar hizo eco sobre las aguas. El lejano lago del Tíbet, el secreto fin de mi viaje, se presentaba una vez más ante mí como una visión, envuelto en la leyenda, el corazón del mundo, el último resto del paraíso terrenal. Se dice que cuatro ríos sagrados tienen allí su fuente. Al Sur, Oeste, Norte y Este. El río que corre hacia el Sur, transporta arenas de plata; el que corre hacia el Oeste, lleva oro; el que corre hacia el Norte, esmeraldas; y aquel cuyo curso se dirige hacia el Este, diamantes. Y sus aguas alimentan de un modo secreto la cuenca del lago en las orillas de la cual me encuentro ahora. ¿Habría alcanzado ya la meta de mi viaje? La música del cinema y la de la banda militar habían cesado. Yo escuchaba el relato de cómo se había formado el lago Nainital. Durante sus andanzas por el mundo en forma humana, tres de los siete rishis sagrados habían venido a estas montañas. No tenían agua y, naturalmente, se hallaban en un gran apuro. Torturados por la sed, rogaron a Brahma, el creador del mundo, que los socorriera. Obedeciendo a una orden suya, cavaron un profundo hoyo en la tierra, y el dios hizo que las vivificantes aguas del lejano lago Manasarovar llenaran este profundo depósito de agua. Así nació el lago, y se le dio el nombre de Tririschisarovar, el lago de los tres rishis. El partido de “hockey” había finalizado entre los calurosos aplausos de la multitud. Los excitados espectadores blancos y morenos se habían dispersado. También los músicos, con sus uniformes encarnados, guardaron sus instrumentos y volvían a sus casas. Suavemente las campanas del templo de la diosa Naini sonaron haciendo eco sobre las aguas. Miré hacia el Oeste, donde el sol desaparecía tras las verdes montañas. Sri Maharaja habló más acerca de los rishis y de los himnos al sol que ellos solían cantar. Sus palabras no iban dirigidas al sol que vemos con nuestros ojos mortales. Era un “mantra” al sol espiritual, ese ser espiritual oculto tras el sol que nosotros vemos. Sri cantó primero, y permitió que yo cantara después de él. - Mire profundamente al cielo azul. Absorba sus profundidades con el fin de que le puedan dar fuerza - me aconsejaba Sri.

Luego leíamos juntos algunos versos del Bhagavad-gita. Desde entonces todos los días leíamos este libro. El anciano interpretaba su oculto significado, y sin embargo tan claro en alguno de los versos. “Este es el mejor libro para la iniciación de todos los tiempos y para todas las personas”, decía con fervor. Dios mismo, Omnisciente, habla en el mundo del Bhagavad-gita. El íntimo Dios, del cual Brahma el Creador, Vishnu el Conservador, y Siva el Destructor, son meras imágenes. En el Bhagavad-gita, Krishna habla de esta manera a su amigo Arjuna: “Así como una persona tira sus ropas viejas y se viste de nuevo, así el alma abandona el cuerpo gastado y se posesiona de otro nuevo. Nadie tiene el poder de destruir el alma inmortal”. Como un profeta del sol espiritual el anciano permanecía ante mí. Rítmicamente las olas del lago Nainital batían contra la playa. Creía ver que sus arenas una vez más, como en el pasado, estaban pobladas de animales salvajes que buscaban sus aguas vivificantes. Lleno de alegría, me di cuenta que en realidad me encontraba en la India, en el Himalaya. Un sinnúmero de sabios y maestros espirituales del pasado habían descendido de aquellas montañas cubiertas de nieve.

A la mañana siguiente, poco antes de despertarme, tuve un sueño. Un barco me llevaba a una tierra extraña. Y oí una voz que me decía: “Todo te saldrá bien. Te reunirás con tu esposa... Dale los tesoros, dáselos poco a poco”. Me levanté feliz. Eran las seis de la mañana. La calle que conducía a la playa y el camino de herradura a lo largo de la orilla del lago, estaban aún desiertos. Únicamente unos cuantos peones indios pasaban con sus cargas en la cabeza o sobre los hombros. Yo esperaba a Rana.

Rana llegó con puntualidad. Era el discípulo más adelantado de Sri Vishyanat Maharaja. Por casualidad me enteré que era de profesión policía, de rango superior, comandante de un distrito de varios millones de habitantes. El secretario particular de Sri Maharaja hablaba de Rana con el mayor respeto. Por las tardes, cuando estaba fuera de servicio, nadie hubiera creído que era un miembro de la policía. Pero si descubre un error en el cumplimento de su deber, se dice que es como un tigre. Es muy conocido como excelente cazador de tigre; no dispara más que contra estos animales de presa. Rana subió delante de mí. “¡Al atajo!”, Eran las palabras que yo le oía muy a menudo durante los primeros días. En todas las situaciones de su vida él prefería ahorrar tiempo por los atajos. Sin esperar contestación siempre se metía por los caminos más cortos en estas andanzas por el Himalaya, a través de empinadas colinas por la espesura de aquella floresta de encinas y castaños. Allá abajo, entre los troncos de los árboles, divisábamos el lago con el color plomizo que le daba la luz de la mañana. Me paré con el fin de echar una ojeada y recobrar la respiración. En mi casa de Viena, naturalmente, yo tenía que andar mucho, especialmente para ir de un despacho al otro, pero no estaba entrenado para las rápidas subidas a estas alturas. - Son sus piernas únicamente las que están cansadas, no sus pulmones - dijo Rana. Continuamos subiendo y traté de seguir su consejo. Procuré olvidar mis piernas, y lo logré. Mi aliento se tornó tan fuerte como el viento que recorre el mundo. Mis pulmones eran como las velas de un barco. El viento se apoderó de las velas y empujó el barco hacia adelante. Ahora yo continuaba subiendo sin dificultad. - Qué,...- ¿descansamos un poco? - preguntó Rana.
- No, podemos continuar - exclamé,- y proseguimos hacia arriba.
Una nueva persona, un infatigable andarín, parecía haber penetrado en mi ser.

Rana pertenecía a la casta de los guerreros, y era de la antigua nobleza, cuyos antepasados se remontaban a varios siglos. Me dijo que durante 1 000 años, generación tras generación, ellos habían luchado contra el Islam. También me enteré luego de que Rana era descendiente del más noble linaje de la India, la dinastía del Sol. Su origen se remontaba a Rama, el héroe divino que en los tiempos antiguos gobernaba la India. Cuando llegamos a la cima, Rana propuso:
- ¿Permanecemos en silencio?
- Sí, permanezcamos en silencio.

Nos sentamos silenciosamente uno al lado del otro sobre una roca saliente, escuchando con nuestras almas y observando cómo la niebla descendía para remontarse luego, descubriendo un paisaje de ondulantes bosques y montañas. Mirábamos hacia el Norte, donde a veces se vislumbraban los nevados picos del Himalaya. Emprendimos el descenso también callados. Cuando el camino se hizo menos abrupto, y el follaje de los árboles frutales reveló las proximidades del lago, Rana empezó a hablar de sí y de sus dos pequeñuelos. Habló también de su mujer, con quien había vivido en una verdadera unión espiritual, y que había muerto. Después que hubimos caminado un buen trecho uno al lado del otro sin hablar, dijo: - Tengo tres deseos en la vida: encontrarme a mí mismo, a mi verdadero yo, y admirar el Dios personal y el impersonal. - Después de una pausa añadió - : También deseo encontrar la mujer que necesito.

Cuando nos despedimos me dijo que no olvidase que a las 10:00 AM teníamos que ir a una sesión de meditación con Sri Maharaja. Lleno de emoción y un tanto tímido me puse en camino, acariciado por la brisa del lago, hacia la casa de Sri. En el camino me encontré con jóvenes ingleses cabalgando sobre hermosos corceles. Estos sonrientes jóvenes parecían pequeños dioses alzados sobre las hormigueantes masas de aquel pueblo de negros. La mayoría de ellos nada sabían del alma del pueblo indio al que habían gobernado durante tanto tiempo. Continuaban siendo forasteros aunque hubiesen vivido en el país durante 30 años. En el vestíbulo de la casa donde vivía Sri, me detuve un poco con el fin de acostumbrar mis ojos a la obscuridad del lugar, al dejar la deslumbrante luz del exterior. Reposé un poco en la habitación de Rana. Quise lavarme las manos y los pies una vez más, aunque hacía muy poco tiempo que me había bañado. Luego me dirigí descalzo a la habitación de Sri. Sri no me saludó con su modo habitual, con un ligero y amistoso gesto de la mano. El anciano estaba sentado inmóvil sobre el suelo, envuelto en una manta blanca. Con un gesto silencioso Rana me dio a entender que debía sentarme en el suelo frente a Sri y así lo hice. Rana también llevaba una manta blanca. Reverentemente se echó al suelo frente a Sri y tocó con su frente los pies del anciano. Encendió una pequeña rama de incienso y la colocó a su lado en un candelero. Con ceniza blancuzca de un tazón de cristal pintó su signo en lo alto de la cabeza, en la frente, garganta y pecho. Ahora también él estaba sentado inmóvil con las piernas cruzadas y la espalda erguida. Sentí los ojos de Sri fijos en mí.
- Míreme a los ojos. Soy su amigo - me dijo.

Le miré. Como el padre del mundo, el anciano estaba sentado ante mí. Más poderoso que nunca, su arrugado rostro, rodeado de largo pelo negro y plateada barba, se alzaba sobre las blancas vestiduras que envolvían su figura. Montañas y precipicios, mundos enteros, podían verse en aquel claro semblante. Estaba sentado allí como el mismo Cosmos, grisáceo por los años, y sin embargo resplandeciente, envuelto en una tenue luz dorada que se había tornado parte de su ser. No medité mucho el primer día. Estaba deprimido; no estaba acostumbrado a sentarme sobre mis piernas cruzadas; esta postura pronto se me hizo cansada e insoportable. Los miembros se ponían rígidos y fríos, y me dolían. Algo avergonzado de mí mismo me levanté y empecé a frotarme los entumecidos pies, cuando Sri se levantó. Sri procuró consolarme. Sí, para los europeos era difícil al principio. Debía comprar una estera de paja y una piel de gamo, como indicaban las instrucciones, con el fin de sentarme más confortablemente. Tenía que aprender lentamente las cuatro disciplinas de la meditación: la primera era sentarse, la segunda respirar, la tercera hablar, recitar el “mantra” y la cuarta cantarlo. Me explicó que yo lo conseguiría porque tenía la fuerza espiritual de mis lejanos ascendientes, y esta no tenía más que desarrollarse.

Me quedé cerca de una hora más en la penumbra del cuarto, donde penetraban los gritos de los mercaderes y peones indios y palafreneros provenientes de la feria, más agitada a aquella hora del mediodía. De vez en cuando alguna cara curiosa espiaba por el cristal de la ventana. Rana estaba sentado en el suelo leyendo en voz alta en un libro cuyas hojas estaban sueltas. Yo oía aquellos sonidos extraños de los lenguajes indoarianos del país. Mi oído se acostumbraría a ellos con el tiempo. Rana leía a Rama, el Dios todopoderoso, que había descendido a la tierra y luchado con el poderoso Ravana, demonio de 10 cabezas, y el que hundiera “los tres mundos en la esclavitud”.

“Siempre que la justicia no esté bien determinada, y un exceso de injusticia reine, Yo desciendo y hago acto de presencia entre los hombres; con el fin de restaurar la justicia, Yo nazco en la tierra cada generación”. Así hizo Dios su promesa en el Bhagavad-gita.

Más de 100 veces me senté frente a Sri en meditación. En aquellos momentos uno olvidaba por completo en qué sitio de la tierra se hallaba. Y yo estaba siempre embargado de la más profunda emoción y reverencia cuando abría los ojos y veía la enhiesta expresión del anciano sentado delante de mí, en profundo silencio, aunque completamente abandonado al sol espiritual. Luego se levantaba y pintaba el signo con pasta fresca de sándalo, en mi frente, garganta y pecho, con el fin de que mis ojos espirituales se abrieran... La próxima vez fui a meditar con una estera de paja, una piel de gamo y un paño debajo del brazo. Ahora no tuve calambres al sentarme y mis miembros estuvieron cómodos. De cuando en cuando entraba y salía gente de la habitación. El criado trajo a Sri la comida de a mediodía en una bandeja de plata con varias tazas también de plata, y ésta fue la única comida del anciano durante todo el día. Me maravillaba de que todas estas actividades no me molestaran en lo más mínimo. Una profunda gratitud hacia Sri nacía en mí. Yo sólo tenía una vaga idea de lo que significaba concentrarse y meditar. Pero sabía que lo conseguiría. Pronto empecé a comprender cómo se desarrollaría en mí la meditación. Una vez tras otra me concentraba durante las meditaciones. A menudo tenía visiones majestuosas. Pero tenía una secreta sospecha de que esta fase no era más que una tentación peligrosa, porque al apoderarse de mí podría hacerme orgulloso y presumido. Este orgullo de lo que uno había visto debía desaparecer, y todo ripio interior, toda inquietud, toda suciedad espiritual. Tiene uno que dirigir sus esfuerzos hacia la tranquilidad, como hacia las playas de un mar desconocido, y allí en aquella playa se debe esperar, escuchando devotamente, hasta que el mundo divino, si le apetece, nos recibe en su vida. Cuando me levanté del suelo después de un inadecuado intento de meditación, como de costumbre me dolieron todos los miembros durante un buen rato. Sin embargo me sentía maravillosamente confortado, y el mundo material brillaba a mí alrededor con más brillantez que antes. No es bastante meditar temporalmente o a cierta hora del día. Sri a menudo me decía: “Las 24 horas del día y de la noche, dormido o despierto, se ha de vivir en esta atmósfera espiritual; constantemente tiene uno que procurar consagrarse a esto”.

Pasé en la India varios años llenos de penosas experiencias antes de empezar a comprender el significado de los cuatro grados de la meditación. Los dos primeros grados de la meditación, los cuales Sri me describió en el lago Nainital, sentarse y respirar, eran solamente preparatorios; igualmente el baño y la ropa limpia para la meditación, son preparaciones secundarias. Sentarse sobre las piernas cruzadas y la espalda perfectamente erguida, después de cierto período de prácticas, se podía hacer confortablemente durante varias horas sin cansarse. El cuerpo ya no intervenía. En las pinturas recientemente descubiertas de la antigua cultura hindú, que se remonta por lo menos a 5000 años, se ve a la gente sentada meditando en la misma postura que aún adoptan los yoguis indios. El arte de regular la respiración también ha sido practicado en la India durante miles de años, y aún hoy se practica y se enseña. Cuando la respiración se calma, también se calma el espíritu. Existe, pues, reciprocidad entre la respiración y el espíritu humano. Pero las Sagradas Escrituras de la India dicen a menudo: por medio del dominio de la respiración no podemos aproximarnos a Dios. Así, los ejercicios de respiración no son más que un medio para ayudarse. Lo que generalmente se llama yoga en Europa es el llamado hatha-yoga, que trata con preferencia del cuerpo, en el cual estos medios de ayuda se han tornado el objeto principal. Por ejemplo, se puede adquirir un cuerpo robusto que viva normalmente durante mucho tiempo, preservadas la juventud y la salud. Por este método también se pueden adquirir inimaginables posibilidades y gran fuerza mágica. La contestación que el gran Buda dio a un yogui es bien conocida; este último se jactaba de haber aprendido después de 20 años de rigurosos ejercicios, a andar sobre el agua.

- ¿Y qué importa eso? - dijo Buda -. Por una moneda de cobre el barquero te llevará al otro lado del río.
- No pierda el tiempo practicando el método hatha-yoga - me dijo mi maestro Sri en una ocasión -. Usted ya ha hecho eso en una existencia anterior sobre la tierra. Fuerzas desconocidas podrán presentársele que serían una tentación y un obstáculo en su camino. La recitación del “mantra”, por el contrario, conduce a cosas importantes. Si buscamos el significado de la palabra “mantra” en un diccionario sánscrito, encontramos el siguiente ensayo de traducción: Himno de Veda, oración sagrada, fórmula mágica, secreto, encanto, versos de oración a una divinidad, etc. Pero todos estos significados no son más que superficiales. Muchos años después de mi primer encuentro con Sri pregunté a otro guru indio: - ¿Qué es mantra?
- Mantra es algo que crea el amor y la devoción por Dios.

Esta fue la contestación sorprendente que obtuve.

Los indios buscadores de la verdad, ya vayan por el sendero de la acción o por el de la sabiduría, o por el del amor devoto, están firmemente convencidos que el mantra que ellos profieren, y la divinidad que invocan, son perfectamente idénticas. De aquí la reverencia por el mantra y la importancia de que sea bien recitada, y el peligro de que se emplee para fines egoístas. El hindú respeta más la palabra hablada que los pueblos del Oeste. No sólo cada palabra del mantra, sino prácticamente cada sonido y cada voz en el lenguaje, se llama “aksara” en sánscrito, que significa lo indestructible. Aksara, lo Indestructible, es también uno de los nombres de Dios.

El verdadero mantra no debe ser hablado sino cantado. Brahma, el Creador, se llama en las sagradas escrituras indias “el primer cantor”. Se dice que del mantra que cantaba nació el mundo que conocemos. El indio iniciado trata de oír y comprender el sonido divino con toda su alma, pues todos los sonidos terrenales no son más que una sombra del mantra. En el Oeste, profesores de esta clase son probablemente del todo extranjeros. Y sin embargo hay en el Oeste vestigios de una enseñanza similar. En otras ocasiones, aún en la India me he maravillado leyendo el prólogo de San Juan el evangelista: “En el principio era el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios... a través del Cual se crearon todas las cosas”.

MEDITACION

La primera lección es sobre el alimento. Sólo deben ingerirse alimentos fácilmente digeribles. La mitad del estómago debe estar llena de alimento sólido, una cuarta parte de agua y el resto debe quedar vacío para los movimientos del aire. La segunda lección es sobre el sueño. Debe ser regulado según la edad y la salud de cada individuo. No se debe dormir demasiado ni muy poco. La tercera lección es sobre el tiempo. No debe ser ni muy frío ni muy caluroso. Se debe tener mucho cuidado sobre todo en los cambios de estación. El tiempo tormentoso no es bueno para la meditación. La cuarta lección es sobre el lugar. Debe ser solitario, y libre de la presencia de aquellos que puedan perturbar la meditación. Mejor sería que ningún amigo o pariente estuviese presente. La quinta lección es sobre el cuerpo. Debería ser continente y saludable; lejos de todo lo que pueda causar la menor excitación, lejos del tumulto de la multitud. La sexta lección es sobre el espíritu. Generalmente el espíritu tiene tres estados: el que piensa en algún objeto mundano, afecto u odio; el que vaga de un objeto a otro, y el que tiende al letargo, al sueño y a la inactividad. Ninguno de estos estados conduce a la meditación. Debe ser un espíritu de renunciación y carentes de la sed de ganancia y actividad mundanas.

Medios de vida. Ciertos medios de vida son preparados por los sanyasis. Aún así, si algunos de éstos se interponen en el proceso de la meditación, deben ser abandonados.

Postura. El yoga se efectúa sentado. En la India se eligen lugares considerados sagrados y libres de inmundicias, tales como la orilla de un río o la cueva de una montaña. El lugar no debe ser ni muy alto ni muy bajo. Lo primero que se hace es extender la estera de Kusa; sobre ésta se echa una piel de animal, de gamo o de tigre. Para cubrir las dos primeras debe ponerse una tela cuadrada. El conjunto se llama “asana”. Cada uno debe tener su propia asana. A ninguna otra persona se le permite sentarse sobre la asana. No debe moverse de un sitio a otro, ni siquiera de una parte a otra de la habitación. El meditador se sienta allí y trata de concentrarse. Se tiene que poner mucho cuidado respecto a la postura en que nos sentemos. Las piernas deben estar cruzadas. Toda la espina dorsal, el tronco, el cuello y la cabeza, tienen que conservarse en línea recta. La no-observancia de estas reglas acarrea enfermedades del cerebro, del corazón y de los riñones. El meditador tiene que permanecer absolutamente inmóvil. Los ojos, medio abiertos y, aunque dirigidos hacia la punta de la nariz, no deben mirar a nada en particular. El único medio para conseguir esto es mirar hacia adelante, o no mirar en absoluto. Ahora viene la parte más difícil. Por medio de la práctica incesante de las cosas necesarias y de evitar las cosas innecesarias, los cambios mentales - los saltos del espíritu - deben pararse. Algunos consiguen esto por la fuerza, pero para la mayoría resulta imposible. Hay que seguir el curso del espíritu, dejar el espíritu correr, pero vigilarlo, recordando siempre el objetivo que se persigue y orientando el curso del espíritu en ese sentido. El objeto de la meditación puede ser el Dios Impersonal, Su nombre, Sus atributos, Sus compañeros, Sus actividades o Su lugar. Hay algunos que meditan en el Dios Impersonal. Otros hay que concentran su espíritu en las letras Om, que están consideradas por el Katha Upanisad como el último medio para lograr el objetivo deseado. A juicio del escritor, todas estas prácticas son de igual eficacia, pero lo mejor y lo más fácil sería cantar el nombre de Dios con amor. La meditación vendrá por sí sola. Para los que aman la meditación, el consejo del autor es el siguiente: canta el nombre de Dios con amor. Ello proporcionará el resultado deseado, inmediatamente. Esta es también la opinión de las modernas escuelas meditativas de la India, los devotos de Krishna Cheitanya.

< Sri | La India Misteriosa | Vamana >

Page last modified on May 20, 2008, at 01:19 PM